lunes, 13 de octubre de 2008

Testimonio vocacional



Rodrigo Andrés Vilches Riquelme
Seminarista 4º año de Teología
Parroquia San Esteban – Mulchén


En primer lugar, quisiera saludar afectuosamente, en nombre de Jesús y María Santísima, a todos mis hermanos diocesanos, y desearles una feliz Navidad, felicidad que se acrecienta al tener la certeza de que... el Señor según su propia misericordia nos ha salvado.(Tt 3,4-7).
Mi nombre es Rodrigo Vilches Riquelme, hijo de Juan Francisco y Matilde del Carmen, soy el mayor de tres hermanos. Mi niñez, mi adolescencia y juventud transcurrieron enteramente en la ciudad de Mulchén, ciudad a la que guardo un particular afecto.
Mi familia la componen: mis padres Juan y Matilde, mi tía Carmen, y mis hermanos: Luís Antonio y Juan Francisco. Actualmente, tengo 31 años de edad y curso el cuarto año de teología, séptimo año de formación, en el Seminario Metropolitano de Concepción.
Transcurrido ya siete años de formación he podido comprobar con alegría que la vocación al sacerdocio no es algo accidental, ni producto del azar, ni capricho personal. Al contrario, es el Señor quien elige, prepara, curte y siembra; a través de signos, personas y acontecimientos concretos. En efecto, por medio de estos signos puedo constatar que el Señor Jesucristo es quien me ha llamado, para ser su ministro, administrar sus misterios y proclamar su palabra.
Estos signos o señales de amor del Señor comienzan a revelarse desde mi niñez, cuando mi familia (abuelitos, tía, papas) me llevaba a Misa. Sin duda, a corta edad poco se podía entender tan gran misterio; sin embrago, sólo en esa modesta acción Dios comienza a cultivar para en el futuro poder producir. Pronto fue el tiempo de preparación a la Primera Comunión y posteriormente a la Confirmación. Tengo que reconocer que desde aquella edad siempre sentí atracción por todo lo que dice relación con las actividades parroquiales en las que participaban niños y jóvenes. De hecho, durante éste tiempo comencé a participar en el grupo de acólitos con el Padre Roberto Hojas (Q.E.P.D).
Con el tiempo me incorporé, hasta entrar al Seminario, al trabajo en el Coro parroquial (labor pastoral a la que guardo un significativo cariño). Posteriormente, fui miembro del grupo Jupach y estuve varios años integrando la pastoral juvenil.
Con todo, los signos por medio de los cuales se va formando una vocación están presentes y el mismo Dios personalmente va trabajando allí. Estando en segundo año medio algo me motivó a asistir a una jornada vocacional. En aquella ocasión acompañé al ahora Padre Pedro Mieres, pero con sinceridad debo reconocer que el tema no me atrajo mucho, ¿sería acaso por la turbulencia de la edad? La verdad de las cosas es que no lo sé. El Señor sabe cuándo y cómo. Quizás no era mi tiempo. Luego, egresando de enseñanza media comencé a estudiar Relaciones Públicas y terminados los estudios, y con la gracia de Dios, hice mi práctica profesional en la Municipalidad de Mulchén, quedando contratado en el mismo municipio. La Providencia permitió que no emigrara de mi ciudad y siguiera unido a mi querida realidad parroquial.
Con el tiempo, afloraron nuevamente mis inquietudes vocacionales, situaciones que en la intimidad no me dejaban tranquilo ya que éstas amenazaban, creo, un proyecto de vida algo planificado. Pero todo acontece por gracia de Dios.
Se presentó el Jubileo de los Jóvenes en Roma (año 2000), del cual tuve la gracia de participar. Ver y escuchar personalmente a Juan Pablo II ayudó a disipar mis dudas y miedos. De regreso y con la guía del Padre Eduardo Riquelme (mi párroco) comencé a asistir a las jornadas vocacionales, instancia en donde maduré más profundamente mis motivaciones vocacionales.
A fines de 2001 postulé al Seminario Mayor junto a mi hermano Marcelo Troncoso, compañero en esta enorme y trascendental aventura divina, ingresando al año siguiente 2002.
Estos años en el Seminario han sido de gracia y crecimiento, agradezco a Dios por ello. En estas breves notas he querido dar a conocer mi historia. Sin lugar a dudas, en ella debo reconocer agradecidamente la cercanía de muchas personas que me han ayudado en cada paso de las etapas de formación; en especial agradezco a Dios el ejemplo, cercanía y amistad del Padre Eduardo que me ha acompañado durante todos estos años incondicionalmente, también el testimonio sacerdotal del Padre Mauricio Zapata, la amistad y la oración de mis amigos y parroquianos, pero, sobre todo, la incondicional ayuda y compañía de mi amada familia, uno de los signos más grandes del amor de Dios. El ejemplo de vida matrimonial de mis padres, la relación en la intimidad familiar con mi tía y mis hermanos, y el tipo de formación humana que he recibido en ella, centrada en los valores del Evangelio, han marcado el hoy de mi existencia.

¡Gracias a todos, y que el Señor recompense todos sus esfuerzos!

Finalmente, quisiera hacer un llamado a todos mis hermanos a comprometerse cada vez más en la oración y en la promoción por las vocaciones sacerdotales y religiosas, tomando una actitud de corresponsabilidad respecto a este importante tema; a los jóvenes a ser valientes y decididos para ser, a través de esta vocación particular, verdaderos discípulos y misioneros del Señor en nuestro tiempo.
Rodrigo Vilches, ha sido aceptado por la Iglesia Diocesana de Santa María de Los Ángeles, para incorporarse al orden de los Diáconos, la ordenación se realizara el día 31 de octubre de este año, a las 19:00 hrs, en la parroquia San Esteban de Mulchen.
Invitamos a todos a rezar para que el señor le conceda un ministerio fecundo y le permita ser siempre fiel al llamado que le ha realizado.

jueves, 14 de agosto de 2008

"Yo he venido al mundo para que tengan vida y la tengan en abundancia",

Pbro. Patricio Jhonatan Roa Sáez

Parroquia Cristo Rey – Laja


Mi nombre es Patricio Jhonatan Roa Sáez y, si bien nací en Santa María de los Ángeles el 06 de Septiembre de 1982, he vivido toda mi vida en Laja. Tengo 24 años y mis estudios los realice en el Seminario Metropolitano de Concepción. Me ordene sacerdote el 16 de julio de este año. Mi familia la componen mis padres: Mario y Juana, y mis hermanos: Mario, Malex y Lilian.

Mi vocación al sacerdocio comienza a fraguarse al interior de mi familia: por las enseñanzas de las

primeras oraciones, la participación de la Misa Dominical en la Capilla San José, obrero (Laja) y por el estimonio de fe, entrega y fidelidad de mis padres en su vocación matrimonial y en su vida cristiana.

Cuando niño gustaba de "jugar a presidir la Misa" y de hacer oración por las noches junto a mis padres y

hermanos. Hoy, creo que Dios, me fue manifestando la vocación sacerdotal desde pequeño y, que mi historia personal está marcada, en sus altos y bajos, por los signos de esta constante llamada.

Crecí como un niño católico normal, participando de la catequesis de Primera Comunión. Pero poco a poco, mi historia vocacional se fue construyendo: el acercamiento a la figura sacerdotal y a la Eucaristía estuvo marcado por mi ingreso al grupo de monaguillos, y el conocimiento de Jesucristo en los Hermanos, a través del juego y la oración, por el trabajo en el movimiento de Jupach. Gran estímulo en mi camino vocacional fue la formación católica de las clases de religión (de primero básico a cuarto medio), siendo mis profesores: mi madre, una religiosa y el P. Alex González, por quien me integré de lleno a la vida parroquial, participando como ACN, voluntario del Hogar de Cristo y misionero; y por quien pude comenzar a conocer al sacerdote que ha marcado mi historia vocacional: el P. Félix Eicher.

Cuando cursaba segundo año medio, comencé a participar de las Jornadas Vocacionales. Pero fue en cuarto medio cuando –por el trabajo de discernimiento vocacional- me decidí completamente por el seguimiento de Jesús en el sacerdocio, dejando el matrimonio y la pedagogía. Dos hechos significativos fortalecieron esta decisión: el realizar la experiencia de Periodo Motivador y mi participación en Roma de la XV Jornada Mundial de la Juventud, en la que me enamoré entrañablemente de Jesús, su Iglesia y

de su llamada, especialmente por el testimonio y las palabras de un santo - S.S. Juan Pablo II: Si sois lo que tenéis que ser… encenderéis fuego en el mundo".

El año 2001 ingresé al Seminario Metropolitano de Concepción, junto a diez hermanos, de los cuales cuatro estamos terminando esta primera y fundamental etapa de formación: Boris Santana, César Paredes, Cristian Ortiz y yo. Alexis Sandoval e Iván García –por su reingreso- se nos agregaron posteriormente. La oración personal y comunitaria y el apostolado en el compartir diario me han

ayudado sobremanera; también el cooperar en hogares de ancianos, la visita a enfermos y a sus familias en sus casas y en el hospital, el apostolado en parroquia (monaguillos y catequesis de confirmación) y el acercamiento a la realidad carcelaria; además de las actividades propias de mi

parroquia.

Finalmente, agradezco a Dios Trino por este regalo que vale mi vida y a nuestra Santísima Madre que me ha protegido bajo su manto; al P. Félix Eicher, obispos Felipe y Miguel y,a los formadores del Seminario, quienes han sido verdaderos "padres"; a toda mi familia y parroquia; a mis amigos externos al Seminario, pero particularmente a los seminaristas, con los cuales he compartido los mejores

años de mi vida; y a quienes han cooperado con Dios para que sea quien soy, especialmente, quienes por sus sacrificios y oraciones siguen ayudando a limar defectos, eliminar pecados, fortalecer virtudes y a dar sustento seguro a este camino sacerdotal que apenas comienza.

¡Que Dios les bendiga!

DEI PROVIDENTIA MUNDUM ADMINISTRAT

domingo, 25 de mayo de 2008

Cantaré por siempre el amor del Señor anunciaré tu lealtad


Mi nombre es Renato Luis Suárez Solar, tengo 29 años y en la familia soy el menor, de seis hermanos. Pertenezco a la Parroquia Sagrada Familia de los Ángeles. Actualmente en el Seminario estoy en el cuarto año, que corresponde a primero de teología.
Mis padres son: Domingo Suárez (fallecido el año 2003) y Carmela Solar. Mis hermanos: Guillermo, Juan (fallecido el año 1998), Jorge, María y Raúl.
Toda mi familia es campesina y en este momento mi madre y mi hermana están en el Sector el Pino, Fundo Santa Emilia camino al Peral.
En mi niñez siempre me llamaban la atención las enseñanzas que me daba en especial mi madre sobre la existencia de Dios creador del mundo, o cómo actuaba en la historia del hombre. También otra cosa que me llamaba la atención de mis padres era la forma de pedir a Dios y a los santos, a través de la oración, la ayuda necesaria para la vida, todo eso me llamaba la curiosidad de conocer más a Dios. Más tarde gracias a Dios un hermano compró una Biblia para niños y yo la leí esto me afianzo más la fe en Dios. Después, en la adolescencia y en el trascurso de los años al conocer más a Dios y a la Santísima Virgen María me nació el deseo de ver al Señor y lo buscaba entre las nubes de los días de agosto.
En mi adolescencia me alejé más de Dios, en ese tiempo trataba de buscar mi felicidad en las cosas del mundo: en los juegos de pelotas, en las fiestas de cumpleaños, casamientos, salir con mis amigos, etc., todo eso lo encontraba sin sentido en la vida y hasta llegué a pololear con una niña, pero gracias a Dios, en ese momento ya había vuelto a mi Parroquia en especial a la capilla Nuestra Señora de los Ángeles ayudando en el coro y preparándome para la confirmación. En ese momento de mi vida no era completamente feliz pololeando, algo me faltaba para serlo; después de un tiempo terminé con la niña y me integré en la Parroquia participando más comprometidamente en las misiones, grupo juvenil, etc. En este momento de mi vida el amor de Dios fue creciendo a través las diversas actividades que realizaba en la Parroquia y me di cuenta de que mi felicidad plena estaba en Dios, y es que experimenté el gran amor de Jesucristo hacia mí( Santa Teresa de Lisieux. “Comprendí que el amor reforzaba todas las vocaciones, que el amor lo era todo. Mi única Paz, mi sólo Bien, mi sólo Amor eres Tú Señor”). Miraba las cosas que existen en el mundo y al compararlas con Cristo, era mil veces más feliz con Él; que con las cosas que ofrecía el mundo. En ese momento no sólo me aumentó el deseo de ver a Dios sino que nació en mí el deseo de vivir junto a Jesucristo; eso que experimentaba era tan grande que decidí entregar mi vida a Cristo y lo pensé bien y, me dije, anunciaré ese amor (felicidad, paz y gozo) impensable que experimenté en Cristo. Esto se puede entender de mejor forma con este ejemplo: un Hombre que encontró un gran tesoro en su vida y que quiere que otros la conozcan igual que él; y esto, me dije, lo puedo hacer posible siendo sacerdote.
Llegar al seminario lo veía imposible, por que yo no había terminado la enseñanza media, puesto que dejé de estudiar para trabajar en el campo. Pero gracias a Dios, en la Parroquia hubo muchas personas que me ayudaron, en especial el P. Héctor Inostroza que me llevó a vivir en la Parroquia para terminar los estudios y también gracias a la ayuda de mi párroco el P. Francisco Stegmeier. Estuve viviendo cinco años en la Parroquia y en ese tiempo hubo muchas personas que me decían que yo podría ser sacerdote, pero también otros me decían que era demasiado rezar o realizar cualquier actividad relacionado con la Parroquia. Otras veces cuando estaba en el templo me llegaba la tentación de pensar ¡qué estoy haciendo en este lugar, en vez de estar divirtiéndome en las cosas de este mundo! O a veces cuando iba a la Parroquia me detenía a pensar ¡qué seria mejor salir a otro lugar a divertirme! Pero al final en esos momentos me atraían más las cosas de Dios. Después, cuando fuí aceptado el ingresar al Seminario Mayor de Concepción, tuve otro problema; a mis padres y un hermano no les agradaron este camino que quería seguir, ellos lo tomaron como perder un hijo, pero con la gracia de Dios, salí adelante.
Reflexionando sobre esta gran misericordia de Dios, de llamarme a este servicio de amor, de amar como Dios me ama, concluyo que es un camino hermoso seguir el camino de Cristo. El ser de ayuda a tantas personas necesitadas de Dios y saciar de las misericordias infinitas de Cristo (unción de los enfermos, confesión, Santa Misa) es un servicio que me da una alegría inmensa porque uno no sólo los ve con la gracia de la paz y alegría sino que es también parte de esa experiencia misericordiosa de Dios Padre, que nos dejo por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo.